lunes, 22 de agosto de 2011

IMAGINAR ASIA


Si hoy en día pensamos en Asia a todos nos viene a la mente el Sushi de Japón o la Gran Muralla China; La televisión se ha encargado de introducirnos la información básica de un mundo que sigue siendo lejano aún hoy;  pero ¿qué debió imaginar Marco Polo cuando su tío y su padre le dijeron que partían de viaje a las tierras de los salvajes a caballo? Que no tenían destino conocido y que quizá no pudiesen regresar...
En su libro Il Milione, que significa “montañas de dinero”  Marco Polo reveló la inmensidad de Asia  y al hacerlo, evocó con orgullo una de las aspiraciones más perdurables de cualquier ciudadano europeo: recorrer mundo. Marco Polo es el icono del aventurero. Le imitó Cristóbal Colón en su búsqueda de Cipango, es decir, Japón; sólo que el genovés se equivocó de Océano y llegó a las Antillas.

En 1271, con diecisiete años, viajó a China donde, asombrado, descubrió un mundo diferente al suyo familiar, pero no adverso. En efecto, para los viajeros franciscanos como Guillermo de Rubruck adentrarse en aquellas tierras era como “penetrar en otro mundo”. Aún pensaban que de Asia llegaban los jinetes de Gog y Mag, anunciando el fin del mundo. Se apresuró a comprobar lo equivocados que estaban, y que, privados de todo contacto con la realidad, no sólo dieron rienda suelta a sus miedos sino que inventaron un mundo inexistente. Al regresar en 1295, veinticuatro años más tarde, con cuarenta y uno, entendió que debía comunicar sus experiencias. Y el mejor sitio para hacerlo era su ciudad natal, Venecia, bisagra de Europa que dijo William McNeill. Las personas que le rodeaban prestaban gran atención a las rutas comerciales, pese al escaso conocimiento geográfico: veían el Extremo Oriente exótico pero no más que las tierras alrededor de Samarcanda. Por otra parte, ¿no pertenecía el Gran Kan al mismo mundo de los tártaros? Polo explicaba que, si bien existían unas redes que comunicaban ambos mundos, no había una cultura común, ningún mundo tártaro: la historia de China, al igual que la del enigmático pueblo de Cipango, era simplemente oriental: sintoísmo, budismo, estrecho contacto con las ideas de Confucio; lucha contra los nómadas y un interés por la construcción de canales. Nada que ver con la Horda de Oro, que se encontraba a las puertas de la inmensa estepa. Los mongoles vivían en directa vecindad con sus parientes instalados al otro lado de la muralla china, aunque en ocasiones mantenían duros pleitos. Mostraba la paiza del poderoso Kan, el rosario budista, el cinturón de plata de los jinetes tártaros, el tocado femenino de oro y muchas piedras preciosas, y mientras lo hacía hablaba de ese Oriente que había dejado.
Polo se esforzó en vano: la idea de Asia como refugio de las tropas infernales seguía siendo un lugar común entre los europeos cultivados; de lo que pensaban los mercaderes que se aventuraban en esas tierras apenas sabemos nada: no les gustaba escribir sobre ello. Esta idea se basa en la teoría de cuánto más lejano mejor; decir Asia era decir el otro lado del mundo, cuando recorrer 100 km era perder tres días de viaje. El caso es que la unificación de Asia realizada por Gengis Kan había creado una interlocking of histories, utilizando la expresión de Joseph Fletcher: afectó a la Ruta de la Seda y estuvo a punto de cambiar la historia de Europa tras la derrota de los húngaros en la batalla de Mohi, sobre el Danubio el 11 de abril de 1241.
En Rusia, los mongoles crearon la Horda de Oro, el futuro no tenía realidad sino como esperanza, y el pasado se perdía en la nostalgia. En otro orden de cosas, la destrucción de Bagdad por los mongoles en 1261 facilitó la llegada de los turcos otomanos al mar Negro y Anatolia, de donde nunca más se movieron; al contrario, avanzaron hacia el Bósforo y por los Balcanes llegaron al corazón de Europa. Estamos en el universo del gran juego, donde sólo el dinero es real, pero los territorios, las tradiciones, las leyendas se deben inventar de nuevo. Resulta tranquilizador que un mercader veneciano se dirigiera a Samarcanda, luego a Bujara y se internara en la inmensa geografía de la estepa para ver cuáles eran las intenciones del Gran Kan, que tenía su sede en Pekín, tras haber superado la gran muralla con facilidad. Su viaje aumentó las posibilidades del mercado europeo. El gran juego. ¿Bajo qué arenas ha quedado sepultado?. Decididamente su viaje es la culminación del mundo de los horizontes abiertos. Y su punto final.

BIBLIOGRAFÍA:
Ernst H, Gombrich, Breve historia del mundo. Península 1999
José Enrique Duiz-Domènec, Europa, las claves de su historia.RBA 2010
K. Modzelewski, L´Europa dei Barbari. Le culture tribali di fronte alla romano-cristiana. Turín 2008

domingo, 14 de agosto de 2011

UN CUENTO BIZANTINO

De los muchos significados que tiene la palabra Bizancio, aquí elijo la de una cultura irrepetible y multiforme que se extendió más allá de las fronteras del Imperio de Constantinopla. Su legado alcanza Serbia, Bulgaria, Bielorrusia, Ucrania, Rusia, es decir, la llamada Europa del Este, que tiene su propio ritmo histórico, su propio rostro arquitectónico, su propia religión, su propio alfabeto (el cirílico que procede del griego). ¿Debemos considerar pues a Rusia y sus satélites parte de Europa? La respuesta es sí

La política de Bizancio en Oriente Próximo afectaba a las regiones del Cáucaso, a su situación en la frontera del Danubio y en los Balcanes. Tras sacar para siempre a los persas de la historia por medio de las brillantes campañas militares, el emperador Heraclio tardó algún tiempo en percibir el sentido de la pérdida de la fortaleza de Bothra, en la frontera del Jordán. Tengamos presente esa actitud dramática porque es una parte sustancial de la historia de Bizancio, y no olvidemos tampoco que, tras la batalla de Yarmuk (636), una nueva derrota, Heraclio tuvo que aceptar la pérdida de Palestina, Siria y Egipto, lo que facilitó el avance de los árabes por la costa occidental, los viejos graneros de Roma: nos encontramos no sólo con una situación crítica sino con una defensa heroica, en la que el hecho de vivir en Constantinopla se contempló en términos proféticos.

En sus reflexiones, Máximo el Confesor, (c 580- 13 agosto 662) afirmaba que la idea de Taxis, el orden invariable, armonioso y jerárquico de todas la cosas, redimía a Bizancio al protegerle con una corte de ángeles. Esa realidad celestial, invisible, convierte al emperador en Kosmokrator, señor del mundo, en la garantía del futuro, como serán los zares, sus herederos naturales. El efecto en la sociedad es la concepción ortodoxa de la gracia divina. A diferencia de la visión religiosa de Occidente (católica, protestante o puritana), según la cual la gracia se concede a los virtuosos, la religión ortodoxa considera la gracia un estado natural de la creación, que se encuentra en cualquier ser humano creado por Dios. Al secularizarse esta idea en el siglo XX, originó la particular concepción del comunismo de Stalin y Brézhnev, que se quiso imponer a Europa por medio del Ejército Rojo.

La unión de política y religión permitió que Bizancio sobreviviera a cualquier ataque, y poder contarlo, lo que no pudieron hacer los habitantes de Damasco, Petra o Alejandría. La resistencia al islam es su legado y la razón de su identidad. Decir bizantino era decir ortodoxo. Constantino IV convirtió esa idea en una herramienta evangelizadora cuando supo que las tierras de Danubio se llenaban de eslavos o búlgaros. Con el tiempo, decir serbio o decir búlgaro era también decir ortodoxo. Basta con ver un mapa del continente para comprobar que un hecho así marcará la historia de Europa. Los Balcanes están en el centro y sus costas dan al Adriático: la frontera exterior se situó en el río Don, frente a los pueblos de la estepa, y todavía no era la frontera definitiva, ya que aún deberían llegar los pechenegos, magiares, turcos, tártaros y mongoles desde Asia central.

Eso último nos obliga a plantear si Rusia es, o no, europea; rasca en un ruso y encontrarás un tártaro, dijo Napoleón con un sentido de la oportunidad política en abierto contraste con los mitos que Rusia quería darse de sí misma. La épica nacional rusa es la historia de la lucha entre los agricultores de las tierras boscosas del norte y los jinetes de la estepa asiática: los ávaros y los jázaros, los polovtsianos (o cumanos) y los mongoles, los kazajos, los kalmukos y todas las otras tribus de arco y flecha que habían atacado Rusia. Ese mito nacional se volvió tan fundamental para la identidad europea de los rusos que la más mínima sugerencia de una influencia asiática en su cultura era considerada traición. En todo caso, recuerda Gógol en Taras Bulba, ser ruso es ser ortodoxo.

BIBLIOGRAFÍA
Franco Cardini, L´invenzione del Nemico. Palermo, 2006
C. Morris, Propaganda for War, The dissemination of the crusading Ideal in Tweltfh Century. W.J. Sheils (ed.)
José Enrique Ruiz-Domènec, Atardeceres Rojos. Ariel 2007
Roberto S. López. El nacimiento de Europa. Labor 1952
Lev Gunilev, El mundo de la estepa y su significado. En búsqueda de un reino imaginario. Drakontos 1994

lunes, 8 de agosto de 2011

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domingo, 7 de agosto de 2011

QUÉ VIENEN LOS BÁRBAROS

Toda la historia del ser humano ha dependido de la migración. Se trata de un impulso de supervivencia que nos ha salvado varias veces de la extinción, desde los primeros sapiens que abandonaron África en busca de posibilidades en la Península Arábiga hasta las migraciones de la actualidad desde los países más pobres, nuevamente de África, al primer mundo para conseguir subsistir. ¿Qué hacer cuando la supervivencia se enfrenta a la xenofobia? Esta misma pregunta se la hicieron los romanos en el siglo V...

Las autoridades imperiales organizaron la vida en beneficio propio, en lugar de dejar libertad a los ciudadanos; cambiaron el debate político por el poder del edicto. Unieron utopía y retórica, que ya no eran una alternativa ética, sino el soporte de un Estado autoritario, rigurosamente burocratizado, corporativo. Así se explica la ceguera política de unos hombres con más de diez siglos de sofisticada civilización a sus espaldas; su ignorancia sobre los pueblos que había más allá de la frontera; su falta de tacto que transformó una sucesión de acontecimientos fortuitos en un suceso crucial de la historia de Roma.
El contraste entre romanos y bárbaros era grande, y aumentó a medida que los nuevos pueblos se acercaban a las fronteras, con sus costumbres apenas reconocibles, con su cuerpo tatuado, propensos al griterío y a la bronca, sin interés por la escritura y las leyes romanas, aunque sí por la práctica romana de la agricultura, única forma de abandonar la vida nómada. El éxito económico de esa agricultura se definía por la capacidad y el volumen de almacenamiento de grano, y cuanto más grano había más se incrementaba la curva demográfica; entonces se necesitaron nuevas tierras para alimentar a las nuevas bocas. Lo mismo que las tribus del Lacio habían hecho al comienzo de su historia. Roma había olvidado sus orígenes y le costó caro.
Ahora tenían una masa de emigrantes ansiosos de parecerse a los romanos, es decir, de tener una agricultura que les permitiera almacenar grano y vivir cómodamente; lo mismo que buscan los inmigrantes del nuevo milenio. El fin de Roma debe situarse, pensó Maquiavelo, en el territorio de las necesidades espirituales, y no materiales.
La miseria no impulsa a un pueblo a emigrar lejos de su hogar, sino el deseo de imitar el  mundo de los ricos. Poder comer cada día sin acudir al monte a cazar, al río a pescar, al huerto a extraer hortalizas; sólo con ir al mercado con unas cuantas monedas, o mejor aún, que lo hagan por él los sirvientes, los esclavos, las mujeres. Había llegado el momento de atravesar la frontera como pueblo. Los carromatos con las mujeres, los niños y los ancianos se acercaron a los puentes y los jefes de familia soñaron con conducir al otro lado del Rin o del Danubio, los dos ríos que separaban el mundo romano del mundo bárbaro, sin embargo las tropas bloqueaban los puentes. Era cuestión de esperar la oportunidad y llegó.

La noche de San Silvestre del año 406 el Rin se heló. Miles de hombre, mujeres y niños se lanzaron al río con sus carromatos y el hielo aguantó. No necesitaron los puentes para cruzar, ni enfrentarse a las tropas romanas que vigilaban las fronteras. Las tropas imperiales quedaron desbordadas por la avalancha, con ese detalle comenzaron las Invasiones Bárbaras, la muralla se agrietó y nunca volvería a restaurarse. Entre esta fecha y la caída del Imperio Romano sólo hay 70 años.

BIBLIOGRAFÍA:
Ernst H, Gombrich, Breve historia del mundo. Península 1999
José Enrique Duiz-Domènec, Europa, las claves de su historia.RBA 2010
K. Modzelewski, L´Europa dei Barbari. Le culture tribali di fronte alla romano-cristiana. Turín 2008

jueves, 4 de agosto de 2011

¿CÓMO ERA EUROPA EN EL SIGLO VII?

Europa. Hoy conocemos más o menos su significado y su geografía, pero ¿cómo era en el siglo VII? En el siglo VII Europa estaba limitada por su población y por su naturaleza: una población de seiscientos mil habitantes en lo que hoy es Alemania, dos millones en la actual Francia (con una densidad de entre 2,4 y 5,5 habitantes por kilometro cuadrado), un ecosistema dominado por un espeso bosque y las grandes marismas, y el reino del mayor asesino de la historia, (el mosquito anófeles, propagador del paludismo).
¿cómo superar tantas adversidades? Primero se buscó el arbitrio de dos figuras de aquel tiempo, el héroe y el santo (a veces mezclados) capaces de luchar contra los monstruos que anidaban los pantanos y las tierras bajas, en especial el dragón, la representación del mal; luego las vidas de los eremitas y de los monjes se convirtieron en modelos a seguir y, finalmente, se articuló a los propietarios de tierras en unidades familiares como queda reflejado en las expresiones stirps, gens, sippe. La familia extensa fue el origen de la casa solariega.

Los señores de la casa solariega vivían de rentas, pero también de la venta de productos agrícolas,  aunque eso último les exigió contar con la iniciativa de los intermediarios que conocían las rutas comerciales y los mercados. La mejora de los campos de cultivo convirtió a los emporia en polos de desarrollo y en centros de distribución de las mercancías, el vino en primer término. Esos factores contribuyeron al desarrollo de la economía que, en poco tiempo, convirtió a los propietarios de las tierras en una nobleza de estirpe y espada. Los más avezados se acercaron al trono y ligaron su suerte a la amistad del rey.
Me preguntará el Dr.Niemintz ¿cómo conocemos esta información? Por suerte, se ha investigado el ritmo de la economía, el uso de la moneda de oro, el besante bizantino (el euro de la época) y el dinar árabe, como también hay excelentes investigaciones sobre el valor de la guerra, la diplomacia, la literatura, el arte, las reformas sociales  o las leyendas. En pocas palabras, se ha construido un gran contexto que ha permitido interpretar las cartas depositadas en la geniza del Cairo, un almacén en la sinagoga de Ben Ezra, protegido por a sequedad ambiental. En esas cartas, unos personajes expresan sus deseos de formar sociedades comerciales contratando agentes para que los representen en el extranjero. Se trata de las primeras evidencias sobre la importancia de la reputación, el arbitraje y la confianza en el desarrollo de la vida mercantil, unos rasgos que caracterizarán la vida europea durante siglos hasta alcanzar lo que Max Weber llamó espíritu capitalista.
Las comunidades judías que vemos en la documentación de la geniza pusieron la vida mercantil en el camino de la explotación de las materias primas y de la aplicación de nuevas habilidades en el mundo de los negocios. Conocemos el nombre de alguna de esas materias, que actuaron en esos años como el petróleo o el gas hoy en día, la seda, el oro, la pimienta, la lana merina, el pescado; también conocemos las habilidades utilizadas para afianzar las redes del sistema mundial de comercio que estaban a punto de una fractura de impredecibles consecuencias: el uso de la numeración arábiga y no romana en la contabilidad, la selección de función del mérito, la división del trabajo, punto de partida del sistema de putting-out, el valor de la productividad como principal objetivo, el respeto por el trabajo manual, el papel concedido al mercado y la noción de empresa.
Europa se hizo fuerte gracias a estas medidas, ya que fue capaz de fijar un modelo de conducta que le permitió integrar a los nuevos pueblos nómadas, los escandinavos y los magiares.

BIBLIOGRAFÍA:
Herns H. Gombrich, Breve historia del mundo. Península 1999
José Enrique Ruiz-Domènec, Europa, las claves de su historia. RBA 2010
S. Stephen Jaeger, The origins of Courtliness. University of Pensilvania Press 1985 

lunes, 1 de agosto de 2011

SOBRE LA INVENCIÓN DE LA HISTORIA


Leyendo el otro día el artículo del Dr.Niemitz sobre la invención la cronología en la alta edad media o antigüedad tardía me vino a la memoria el ejercicio más claro de historia ficción que tuvo lugar en los anales europeos; La carta del Preste Juan al Emperador Federico Barbarroja.
El cronista alemán Otto de Freising, comenta en su “Chronica sive Historia de duabus civitatibus” (Crónica o historia de la dos ciudades) del 1145 que al año anterior se ha reunido con un tal Hugo, obispo de Jabala en Siria, en la corte del Papa Eugenio II en Viterbo. Este Hugo había sido enviado por el príncipe Raimundo de Antioquía en busca de apoyo de Occidente en su lucha contra los sarracenos tras la caída de Edesa. Se dice que el consejo de este Hugo incitó a Papa Eugenio a llamar a la Segunda Cruzada.

Hugo también explicó a Otto en presencia del Papa que Preste Juan, un cristiano nestoriano que era a la vez presbítero y rey de un territorio más allá de Armenia y Persia, había recuperado la ciudad de Ecbatana de manos de los reyes persas en una gran batalla no hacía demasiados años. Tras esta primera victoria Preste Juan, decidido a recuperar Tierra Santa, había puesto rumbo hacia Jerusalén, aunque finalmente las aguas del Tigris le habían obligado a desistir y volver a su reino. Preste Juan era un rey rico, como muestra de ello, la gran esmeralda de su cetro, y santo, descendiente de uno de los Reyes Magos.

Como bien describe Umberto Eco en su novela baudolino, la carta es un ejercicio de una sutileza política similar a la que demostraron los monjes de Cluny narrando la derrota de Roncesvalles en el Cantar de Roldan.
El motivo de ella, como siempre, es legitimar el ascenso al trono de Federico Barbarroja como sucesor de Conrado III ya que en un principio debería haber reinado su hijo de 8 años pero temió que el conflicto existente con Enrique el León acarrease problemas en una regencia tan larga, motivo por el cual propuso a la dieta la elección de Federico como rey.
Federico, como ya había hecho en Suabia al heredar el ducado de su padre, muerto en 1147, se dedicó a fortalecer el rey de Alemania otorgando poder a los nobles germanos en detrimento de la burguesía de las ciudades italianas lo que le provocó numerosas revueltas y la enemistad con el Papa Adriano IV por la no intervención de los imperiales en la defensa del sur de Italia y Sicilia del imperio bizantino en virtud del tratado de Constanza por el cual el emperador había sido coronado por el Papa en Roma. Como consecuencia del incumplimiento del tratado de Constanza, el papado y el emperador se enemistaron, lo que sería origen de discusiones futuras. Además, desde el punto de vista de Federico, la situación en Italia empeoraba. Con ayuda de los bizantinos, el levantamiento de Apulia se extendía. Los normandos peleaban con éxito contra los bizantinos y les arrebataron Brindisi, que había sido tomada por Bizancio poco antes. En vista de esta evolución, el papa Adriano IV se decidió a firmar el Tratado de Benevento en 1156 con los normandos. En los siguientes años, los normandos se convirtieron en protectores del papa, sobre todo frente a la ciudad de Roma, y como consecuencia poniendo en entredicho la posición del emperador. Así, el tratado de Benevento se convirtió en un instrumento importante de la separación entre el emperador y el papa.
En octubre de 1157 Barbarroja convocó una dieta en Besançon con el fin de subrayar sus derechos señoriales en Borgoña. Allí, dos legados papales exigieron la liberación de Eskil de las manos de los partidarios del emperador. Se produjo un escándalo a causa de un comentario - más bien secundario - en el que se denominaba como beneficium el título de emperador. Esto, que podía traducirse como feudo o como buena acción, fue traducido por Reinaldo de Dassel, desde 1156 canciller imperial y uno de los más íntimos confidentes del emperador, como feudo. Hay que señalar que los enviados papales se encontraban presentes y no protestaron por la traducción. Cuando, como consecuencia, se registró el equipaje de los legados, se hallaron numerosos privilegios previstos para los obispos alemanes, con los que se quería minar la autoridad del emperador a favor del papa. Estas dos provocaciones se convirtieron en puntos centrales de una campaña de propaganda contra el papado, con la que Federico consiguió el apoyo de la mayoría de los obispos alemanes. Estos prohibieron al clero la apelación a la curia romana.
Se desataron las hostilidades y comenzaron a publicarse escritos contra Adriano IV, postulando Federico I que el Papado debía subordinarse al Imperio. Se pretendía recortar la influencia del Sumo Pontífice, lo que venía bien tanto al emperador como a los obispos en su búsqueda de mayor independencia de Roma. La aclaración del Papa Adriano IV en junio de 1158, de que no había querido decir feudo, sino buena acción (Beneficium: non feudum, sed bonum factum) fue en vano. El papa tampoco pudo evitar la campaña italiana tomando contacto con Enrique el León.
La carta pues hay que enmarcarla en este conflicto y el que se provocaría en 1159 la muerte de Adriano IV y la imposición del Antipapa Víctor IV por el partido Imperial y de la aclamación de Alejando III por el pueblo de Roma y las restantes potencias europeas.

Freising hace un uso muy hábil del imaginario medieval y de la vanidad del Papado diciendo que el Preste Juan, el más poderoso rey de oriente, se declara vasallo del emperador Federico I dejando en mal lugar al Papa que discute la autoridad del emperador. Empieza a circular por Europa copias de la Carta de Preste Juan, una carta que se decía escrita por Preste Juan, “el más grande monarca bajo el cielo y un cristiano devoto” e iba dirigida al emperador bizantino Emanuel I Comneno y a otros príncipes en una inteligente maniobra para despejar las sospechas de que era una invención de la política imperial. En realidad, la carta parece más bien un cuento lleno de maravillas con muchísimas similitudes con el “Román de d’Alexandre” (una colección de leyendas sobre las hazañas de Alejando Magno) y las “Actas de Tomás”, lo cual nos indica que es más que probable que el autor conociera esos dos relatos.
Se detallan las maravillas que hay en su reino En la carta se hablaba de Preste Juan como un monarca que reinaba sobre 72 reinos y que cuando iba a la guerra era seguido por 10.000 caballeros y 100.000 soldados. Su tierra era rica en plata y oro, y muchas criaturas maravillosas vivían en ella, desde bestias desconocidas a hombres con cuernos y tres ojos, también había mujeres que luchaban montadas a caballo u hombres que vivían más de 200 años, tampoco faltaban unicornios, caníbales o elefantes. Todo era perfecto en su reino, no había pobres, no había ladrones, tampoco había avaros, mentiras ni vicios. En su palacio, Preste Juan disponía de un espejo mágico con el que podía ver de todo lo que pasaba en sus provincias y descubrir cualquier conspiración.

El imperio de este rey llegaba a la India, donde había sido enterrado el cuerpo de Santo Tomás, comprendía las ruinas de Babilonia o la Torre de Babel, sin olvidar la Fuente de la Eterna Juventud. La carta contenía dos peticiones al Papa, la cesión de una iglesia en Roma y la concesión de ciertos derechos sobre la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
En paralelo a estas disputas políticas, Barbarroja intentaba dar un peso teológico a la parte alemana del Imperio. En 1164 se llevaron los huesos de los Reyes Magos a Colonia. En Navidad de 1165 Carlomagno fue santificado en Aquisgrán, para conseguir a través de un santo nacional una mejor legitimación, es aquí donde Niemitz se confunde, ya que Carlomagno tenía un papel importante en la idea que tenía Enrique del Imperio. Sin embargo, estos actos tuvieron poco eco en el exterior de Alemania y no constituyen una nueva cronología sino que se busca un patrón nacional como hará el nacionalismo alemán con Federico I en el XIX.