domingo, 6 de mayo de 2012

MURET, LA TUMBA DE LA EXPASIÓN CATALANO-ARAGONESA EN OCCITANIA


El enfrentamiento armando de Muret fue la última fase de la llamada cruzada albigense, una guerra santa que el Papa Inocencio III lanzó para recuperar el dominio de los territorios mediterráneos del sur de Francia para la corona de Felipe II. La batalla tuvo lugar el 13 de septiembre de 1213 en una llanura de la localidad occitana de Muret, unos doce kilómetros al sur de Toulouse. La contienda enfrentó a Pedro II de Aragón y sus aliados, entre los que se encontraban Raimundo VI de Tolosa, Bernardo IV de Cominges y Raimundo Roger de Foix, contra las tropas cruzadas y las de Felipe II de Francia lideradas por Simón IV de Montfort 
Marcó el inicio de la dominación de los reyes de Francia sobre Occitania y significó también el comienzo del fin de la expansión aragonesa en la zona. Antes de la batalla, Pedro II de Aragón había conseguido el vasallazgo del condado de Tolosa, de Foix y de Cominges. Tras su derrota y muerte, su hijo y heredero Jaime I tan sólo conservó el Señorío de Montpellier por herencia de su madre, María de Montpellier. A partir de esta fecha, la expansión aragonesa se dirigió hacia Valencia y las Islas Baleares

A principios del siglo XIII, la herejía cátara se había afianzado por el territorio de Occitania amenazando la doctrina de la Iglesia Católica. El Papa Inocencio III, después de lanzar una cruzada fallida contra los cátaros, intentó reconciliarse con el conde Raimundo IV de Tolosa. Sin embargo, Arnaldo Amalric, legado papal, y Simón IV de Montfort siempre actuaron para romper las negociaciones, exigiendo a Raimundo VI unas condiciones muy duras.
Raimundo VI buscó aliados con una ortodoxia católica indudable, y tras entrevistarse con diversos monarcas europeos, se alió con su cuñado Pedro II de Aragón, conocido como el Católico. Este rey actuó como intermediario con el fin de encontrar una reconciliación, pero finalmente el papa Inocencio III se puso de parte de Simón IV de Montfort y proclamó la cruzada pensando que así erradicaría la herejía de forma definitiva. La cruzada comenzó con la masacre de Beziers y el Sitio de Carcasona de 1209, continuando al año siguiente con el ataque a las fortalezas de Minerve, Termes y Cabaret.
En 1213, Simón de Montfort reinició su campaña contra el conde Raimundo VI de Tolosa. Este se retiró a su capital y pidió la intervención papal; el Papa ordenó la celebración del Concilio de Lavaur, que empezó el 15 de enero de 1213, y donde se postuló por el retorno de los condados y tierras a sus titulares a cambio de la sumisión a la Iglesia. A pesar de que los congregados rechazaron la propuesta, el rey Pedro II de Aragón consiguió que el Papa enviase un legado. Ante la evidencia de que los cruzados estaban determinados a acabar con el conde de Tolosa y la intervención del Papa sólo lograría retrasar los hechos, Pedro II de Aragón decidió acoger a los condes de Tolosa, Foix y Cominges, y al vizconde de Bearn bajo su protección, y combatir a los cruzados.
Progresivamente, Montfort fue ocupando las villas cercanas a Toulouse hasta que esta cayó en su poder. Entre las villas ocupadas se encontraba Muret, que había conquistado sin encontrar resistencia en 1212. Su situación estratégica, al estar situada entre los ríos Garona y Loja, determinó que Simón IV de Montfort la eligiera como base de operaciones, dejando una guarnición de 30 a 60 caballeros, y 700 peones de infantería.
A partir de agosto, Pedro II cruzó los Pirineos desde Canfranc o Benasque con unos mil caballeros y hombres de armas. Mientras se acercaba a Tolosa, los castillos de la cuenca del Garona que se habían rendido a los cruzados, se le fueron rindiendo fácilmente. Seguidamente, el rey envió su ejército sobre Muret, mientras Simón de Montfort se hallaba en Saverdun. Cuando este tuvo noticias del peligro, reunió sus tropas y se dirigió hacia Muret a toda velocidad, al encuentro de Pedro II de Aragón.
El 10 de septiembre, las tropas de Pedro el Católico se unieron a las de sus aliados occitanos y montaron dos campamentos en el llano de la ribera izquierda del Garona. Los campamentos estaban situados a unos 3 km del castillo de la localidad y de las embarcaciones amarradas que habían llegado desde Tolosa; éstas estaban llenas de provisiones, y contaban con unos 2.000 caballeros y unos 5.000 peones de infantería.
Los caballeros estaban divididos en tres grupos: el primero de ellos estaba dirigido por Raimundo Roger de Foix y constaba de unos 400 caballeros propios y unos 200 de la Corona de Aragón; el segundo grupo, formado por unos 700 caballeros de la Corona de Aragón, estaba al mando del propio monarca, Pedro II, en tanto que el tercer y último grupo, de unos 900 hombres, estaba a las órdenes de Raimundo VI de Tolosa Y Bernardo IV de Cominges.
El mismo día, 10 de septiembre, los tolosanos comenzaron el asedio con mangoneles y otras armas de asedio. De esta manera tomaron una de las dos puertas de la ciudad, una de las torres y la villa nueva, forzando a los caballeros franceses a retirarse a la villa vieja y al castillo. Cuando el rey Pedro tuvo noticia de que Simón de Montfort se aproximaba a Muret, ordenó la retirada de la infantería que participaba en el asedio para evitar que fuese atacada por la retaguardia. De esta forma, al llegar al día siguiente por el oeste con 900 caballeros, los cruzados pudieron entrar en la fortaleza de Muret por una de las puertas que no estaba controlada por los tolosanos. Aún por la tarde llegó el pequeño contingente bajo las órdenes de Payen de Corbeil. También se apunta la posibilidad de que Pedro II dejara entrar a los cruzados con la intención de encerrarlos en Muret.
Raimundo VI de Tolosa, que conocía las tácticas del enemigo, propuso fortificar el campamento con una empalizada, asediar la ciudad por el flanco oeste y esperar el ataque francés para rechazarlo con los ballesteros y posteriormente contraatacar con el objetivo de recluirlo en el interior del castillo. Por el contrario, Pedro II, haciendo oídos sordos a los consejos ofrecidos por su cuñado, plantó batalla sin esperar a que llegara todo su ejército, ya que los refuerzos de Guillermo II de Montacada y de Bearn, Gastón VI de Bearn y Nuño Sánchez estaban de camino cerca de Narbona. El rey quería que su ejército, que había participado en la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa, se comparara en valentía con la hasta entonces invencible caballería francesa sin fortificar el campamento, y pretendía vencer en campo abierto.
Simón IV de Montfort, en clara inferioridad numérica, con víveres para sólo una jornada y a más de cien leguas de su base de operaciones, decidió no quedarse encerrado en el castillo de Muret y lanzó un ataque fulminante, utilizando la mejor arma de la caballería pesada, la carga. Organizó la caballería francesa en tres escuadrones de 300 caballeros: el escuadrón de vanguardia lo dirigían Guillaume de Contres y Guillaume des Barres, el segundo escuadrón estaba mandado por Bouchard de Marly y el tercero por el propio Simón de Montfort; por su parte, los ballesteros y lanceros defendían el castillo y protegían el acceso de la caballería. La tropa fue reunida en la plaza del mercado, donde se le comunicó el orden de batalla con una arenga de Montfort.
La madrugada del 13 de septiembre la infantería tolosana reinició los trabajos de asedio, atacando las puertas de la muralla mientras la caballería vigilaba la posible salida de los cruzados. Por la tarde, la mayor parte de la caballería aragonesa se retiró para descansar y ese fue el momento elegido por Simón de Montfort para atacar con su tropa descansada saliendo por la puerta de Salas, que daba al río Loja y que los sitiadores no podían ver, doblando una esquina de la muralla del castillo, al puente de San Sernín y atravesando el río por un vado.
La caballería cruzada emergió, de repente, del nivel del lecho del río avanzando hacia el llano y sorprendiendo a los sitiadores. Los dos primeros cuerpos giraron a la izquierda, y la primera de las tres acometidas de los franceses fue respondida por las tropas de Raimundo Roger de Foix, pero tuvieron que replegarse rápidamente ante la impetuosidad de la caballería francesa, tomando el relevo las tropas del rey aragonés. Los franceses, con su gran maniobrabilidad y conservando la formación, mantuvieron la ventaja numérica en las dos acometidas siguientes y no permitieron que los aragoneses se reagruparan.
E'N Simon de Montfort era en Murel be ab .DCCC. homens a caval tro en .M., e nostre pare vench sobr'ell prop d'aquel loch on el estava. E foren ab el d'Aragó don Miquel de Luzia, e don Blascho d'Alagó, e don Roderich de Liçana, e don Ladro, e don Gomes de Luna, e don Miquel de Roda, e don G. de Puyo, e don Azmar Pardo, et d'altres de sa maynade molts qui a nos no poden membrar : mas tant nos membre que'ns dixeren aquels que'y avien estat, e sabien lo feyt, que levat don Gomes, e don Miquel de Roda, e Azmar Pardo, e alguns de sa meynade que'y moriren, qu'els altres lo desempararen en la batalla, e se'n fugiren : hí de Catalunya En Dalmau de Crexel, e N'Uch de Mataplana, e En G. d'Orta, e En Bernat dez Castel bisbal, e aquels fugiren ab los altres. Mas be sabem per cert que don Nuno Sanxes, e En G. de Montcada que fiyl d'En G. R. e de Na G. de Castelviy, no foren en la batayla, ans enviaren missatge al Rey que'ls esperas, e'l Rey no'ls volch esperar : e feu la batayla ab aquels qui eren ab el.
La Batalla de Muret, según el Llibre dels fets.


Pedro el Católico había decidido probar su valía como caballero cambiándose la armadura con uno de sus hombres para enfrentarse como simple caballero a Simón de Montfort, pero el objetivo cruzado era el de matar al monarca a cualquier precio porque la defensa de la Iglesia justificaba todas las acciones, y así se lo encargó a dos de sus caballeros, Alain de Roucy y Florent de Ville, que abatieron al caballero que vestía la armadura real y después al propio rey cuando éste se descubrió al grito de "El rei, heus-el aquí!" ("Aquí está el rey"), a pesar de haber acabado con algunos de sus atacantes.
La noticia de la muerte de Pedro II extendió el pánico entre el resto del ejército, que fue completamente derrotado al ser sorprendido por un ataque por el flanco efectuado por las tropas de reserva de Montfort, emprendiendo los caballeros aragoneses la retirada. El ejército tolosano, que aún no había participado en el combate, viéndose desbordado por el alud de aragoneses y catalanes que retrocedían de forma desordenada, huyó igualmente sin haber llegado a atacar, siendo alcanzado por los caballeros franceses, que provocaron unas bajas entre los derrotados que se calculan entre los 15.000 y 20.000 hombres.
E aquí mori nostre pare car axi ho ha fat me linatge totstemps que en les batalles que ells han fetes, he nos farem, deuem vencre o morir.34
Y aquí murió nuestro padre, porque así ha acostumbrado a hacerlo siempre nuestro linaje, en las batallas que ellos han hecho o haremos nosotros, vencer o morir.20

Simón IV de Montfort obtuvo el triunfo en la batalla, convirtiéndose así en duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Los condes de Foix y de Cominges volvieron a sus feudos, y el conde de Tolosa viajó a Inglaterra para encontrarse con Juan I dejando a los cónsules de Tolosa para que negociaran con los jefes de la cruzada. A pesar de que el hijo de Raimundo VI, Raimundo VII, arrebató al poco tiempo el poder a Simón de Montfort, esta batalla marcó el preludio de la dominación francesa sobre Occitania y el final de la expansión de la Casa de Barcelona y de la Corona de Aragón en la región, ya que Pedro II había conseguido el vasallaje de los condados de Tolosa, Foix y Cominges, y según el autor francés Michel Roquebert, el final de la posible formación de un poderoso reino aragonés-occitano que hubiera cambiado el curso de la historia. La Corona se centró a partir de entonces en la Reconquista de la Península Ibérica, que se había repartido unas décadas antes con los tratados de Tudilén y Cazorla.
El cadáver de Pedro II, que había sido excomulgado por el mismo que lo había coronado, fue recogido por los caballeros hospitalarios de Tolosa donde fue enterrado, hasta que en 1217, una bula del papa Honorio III autorizó el traslado de sus restos al Real Monansterio de Santa María de Sigena donde fue inhumado fuera del recinto sagrado.
El hijo de Pedro II, el futuro Jaime I, que en aquel momento contaba 5 años de edad, se encontraba bajo la custodia de Simón de Montfort. Tras la muerte de Pedro II, Jaime quedó huérfano de padre y madre, ya que ese mismo año su madre, la reina María de Montpellier falleció en Roma donde había viajado para defender la indisolubilidad de su matrimonio. Ante esta situación, se envió una embajada del reino a Roma para pedir la intervención de Inocencio III. El papa, en una bula y por medio del legado Pedro de Benevento, obligó a Montfort a ceder la tutela del infante Jaime  a los caballeros templarios de la Corona de Aragón.
Y al hijo de Pedro, rey de Aragón, de ínclita memoria, que tú retienes, lo hagas restituir a su reino (...) y porque sería muy indecente que, desde ahora en adelante y con cualquier razón retuvieres al hijo de dicho rey, quien has de entregar en manos de dicho legado, por que pueda proveer como le parezca oportuno. De otra forma el legado actuará tal y como ha recibido instrucciones de nuestra viva voz.
Bula de Inocencio III a Simón IV de Montfort.

La entrega del joven Jaime se produjo finalmente en Narbona la primavera de 1214, donde le esperaba una delegación de notables de su reino, entre los que figuraba el maestre de los templarios en Aragón, Guillermo de Montredón. La tutela del monarca recayó en este último. Los templarios lo instruyeron como rey en el Catillo de Monzón, en la actual provincia de Huesca, junto a su primo Ramón Berenguer V de Provenza. Antes de llegar a Monzón se detuvieron en Lérida, donde las Cortes le juraron fidelidad.
Mientras, el regente Sancho Raimúndez se disputaba la soberanía con el tío de Jaime, Fernando de Aragón. En el momento más crítico, en el que los nobles catalanes estaban a punto de iniciar una guerra civil por el control de la soberanía en contra de los de Aragón, Jaime, con tan sólo 9 años de edad, y aconsejado por los caballeros templarios, tomó el control de la Corona y todos los nobles juraron fidelidad al monarca. De ahí en adelante la expansión aragonesa de Jaime I y sus sucesores se dirigió hacia las tierras de Valencia y el Mediterráneo.
El dominico Raimundo de Peñafort, uno de los principales consejeros de Jaime I  introdujo la Inquisició en la Corona de Aragón con la misión de perseguir a los cátaros. En Occitania, durante todo el siglo XIII y principios del XIV, los cátaros sufrieron una dura persecución llevada a cabo por la Inquisición y dirigida por los monjes de la Orden de los Padres Predicadores, conocidos como dominicos. Los últimos núcleos de cátaros se refugiaron en el Castillo de Quéribus, última fortaleza caída, en cuevas y espulgas (cuevas fortificadas) de los valles altos de los Pirineos, especialmente en el Aripege, y muchos escaparon a territorios de la corona aragonesa. Lérida, Puigcerdá, Prades o Morella se convirtieron en centros de cátaros occitanos. En Morella vivió el último «perfecto» cátaro conocido, Guillaume Bélibaste, hasta ser capturado en la localidad próxima de San Mateo, para posteriormente ser interrogado por la Inquisición, trasladado y quemado en la hoguera en Villerouge-Termenès.

Bibliografía:

Bernat Desclot, Crònica de Pere el Gran, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Jaime I de Aragón(1343) Llibre dels feits del rei en Jacme, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Pedro de Vaux-de-Cemay (1212-1218),Hystoria Albigensis.
Cabestany, Joan F.; Bagué, Enric (1979). Història de Catalunya, Vol. III. Els primers comtes-reis. Barcelona: Vicens Vives.
Mestre i Godes, Jesús (2002). Contra els càtars. Barcelona: Edicions 62
Paladilhe, Dominique (1998). Simon de Montfort et le drame cathare. París: Perrin
Sella, Antoni (Junio 2005). «La batalla de Muret, pas a pas» Sapiens (32).