jueves, 20 de septiembre de 2012

EL FIN DE LA ROMAN WAY OF LIFE EN HISPANIA


La cristianización del Imperio Romano y más concretamente de Hispania fue el elemento más decisivo en la transformación de la vida social y cultural de los siglos II y III de nuestra era, el más consciente de los objetivos, el más tenaz y al mismo tiempo el que provocó mayor recelo entre las élites que con el tiempo se calificaron de paganas.
Las primeras evidencias de la cristianización en el mundo romano se dan en obras de objetivo y temática panegíricas como la Exhortación de los gentiles de Clemente de Alejandría, los panfletos de Tertuliano y Orígenes o las dramáticas vidas de Antonio, Juan Clímaco y otros padres del desierto. Éstas son actitudes de una civilización ausente, capaces de evocar un devastador sentimiento de retiro, una suerte de sugestión por el fin de los tiempos vinculado con el fin de los valores tradicionales de Roma.
La situación se agravó cuando coincidió la masiva llegada de pueblos nómadas con la conversión de los tributos en renta, vale decir, en recursos privados, no públicos. Esta revolución silenciosa fue poco advertida debido a las preocupantes noticias que llegaban desde las fronteras. En el 378 el emperador Valente había sido derrotado a las afueras de Adrianópolis por los godos que dos años antes habían atravesado el Danubio huyendo de los hunos y otros pueblos de la estepa. ¿Qué hacer para que esta invasión militar no fuese más que una llegada masiva de inmigrantes? Teodosio lo tuvo claro; dividir el Imperio y asentar a los bárbaros en las fronteras y convertir al cristianismo en la religión oficial del Estado consciente de que la virtud estoica de los cristianos los diferenciaría de los paganos bárbaros y les permitiría mantener la virtus romana.

Muchos contemporáneos trataron de entender esas decisiones del emperador, aunque quizás no participaban de su jubiloso optimismo. ¿Cómo se vivió ese fenómeno en Hispania?
En Cathemerinon liber, una especie de libro de horas de doce himnos, y en Hamartigenia (origen del pecado) el poeta Prudencio, nacido en Calahorra (aunque algunos proponen Zaragoza) en el año 348 d. C. en el seno de una familia noble de formación cristiana, lleva a cabo una despiadada crítica hacia los valores de la forma de vida romana: el desmedido interés por los espectáculos en el anfiteatro vinculados según él a la corrupción política y a la desmesura propia de paganismo. En Contra Symmachum convierte la lucha de los gladiadores en una realidad paralela, espectral y turbadora porque su fin carece de justificación, la muerte de unos hombres en la arena para el deleite de otros hombres. Prudencio nos introduce magistralmente en una sospecha: en el combate de gladiadores la muerte no tiene ningún sentido. El narcisismo romano es perverso, le escribe al emperador Honorio, y debe suprimirse en nombre de la caridad cristiana. Combate no a la muerte de un hombre sino a la razón de hacerlo: el juego agónico no basta para justificar que unos hombres ofrezcan su vida en la arena.
Al criticar esa manera de entender la muerte, Prudencio describe una realidad mucho más trágica, el martirio de buenos cristianos como prenda de su fe ante una sociedad indiferente. En su magnífico Peristephanon ( Libro de las coronas de los mártires) encuentran acomodo los relatos del martirio de santa Engracia y sus innumerables mártires que recibieron el nombre de las “Santas Masas” de Zaragoza; o los suplicios de San Lorenzo en Huesca o san Vicente en Valencia. Al criticar los espectáculos del circo y al mismo tiempo al glorificar el martirio de los cristianos, inmolados por su fe, Prudencio redescubre todas las fisuras de la sociedad romana de finales del siglo IV y actúa en consecuencia. Se trata, al cabo, del reconocimiento de un gesto cruel, fuera de época, en el espejo de la invención de una nueva identidad para la sociedad romana, la identidad cristiana. La ciudad y sus habitantes están ausentes de este cambio de actitud porque ya no saben qué pensar ante la situación en la que viven y porque sus viejos valores son reprimidos con dureza. La aceptación de la censura de los espectáculos se convierte así en un hecho a la vez cultural y político, que trasciende cualquier actitud personal. La violencia contra lo romano es un hecho. Pero esa nueva identidad cristiana, promovida entre otros por el “español” Prudencio, no cambia gran cosa las condiciones materiales, sociales, políticas y culturales de la gente común; por contra, esa identidad ofrece un motivo para morir como mártires o matar como los nuevos campeones de la verdad. Un horizonte sombrío se abría paso en Hispania y otros lugares del Imperio, donde no había lugar para los disidentes, los pensadores originales, aunque fuesen figuras extravagantes cargadas de buenas pero delirantes intenciones. Se escribirá contra todos ellos: paganos, judíos, nestorianos, arrianos y por supuesto, priscilianos, los seguidores del disidente religioso más grande del siglo IV en Hispania, el obispo gnóstico de Ávila Prisciliano.
Roma había atacado a los cristianos en los siglos anteriores y estos se habían refugiado en las provincias y su número había crecido, ahora pedían la disolución del Roman way of life. Nada volvería a ser igual.

Bibliografía:
P. Bosch Gimpera, P.Aguado Bleye, J.Ferrandis, Historia de España. España romana, Madrid, Espasa Calpe 1935.
Tarrans Bou, F.Alfafar, El mosaico romano en Hispania: Crónica ilustrada de una sociedad, Valencia Unoediciones 2004
José Enrique Ruiz-Domènec, España, una nueva historia, Barcelona 2009 RBA libros