Si en mi artículo anterior hablaba del reino
Visigodo de Toledo como el precursor de lo que hoy conocemos como España, en el
presente artículo me gustaría desmitificar el origen del concepto Reconquista analizando su origen, la célebre Batalla de Covadonga.
Asturias había sido hasta el momento una
región periférica del Imperio Romano,"de espesísimas malezas, ásperas y
fragosas" como decía Valerio del Bierzo (aún hoy lo es) cuya importancia
había crecido notablemente a lo largo del siglo VII bajo una sombra de sospecha,
porque le faltaba legitimidad. Para tenerla, tendría que cambiar de política e
interesarse por los asuntos hispánicos. Con la campaña del general Al Qama, un
noble de la región llamado Pelayo evocó el mito de la caverna protectora
refugiándose en la Cova Dominica
(Cueva de Santa María), que representaba el indomable espíritu de resistencia ante
el islam, lejos de la civilización visigoda y de su morbus del que hablaba Gregorio de Tours.
Ese mismo espíritu ya estaba a punto de
manifestarse en el interior de Europa; con un eufemismo diplomático llamado
Batalla de Poitiers. Así que había llegado el momento de ceder el poder a la
única fuerza que prometía defender al pueblo cristiano, aunque por entonces
eran pocos los convencieron de ello: ver el mundo desde la cueva protectora era
la forma que tuvo Pelayo de reclamar al legitimidad para su empresa. El tiempo
se encargaría de esclarecer los detalles y de inventar los significados
Gobernaba
el norte peninsular desde Gijón un bereber llamado Munuza,
cuya autoridad fue desafiada por los dirigentes astures que, reunidos en Cangas de Onís en 718 encabezados por Pelayo, decidieron
rebelarse negándose a pagar impuestos exigidos para mantener la fe cristiana,
el jaray y el yizia.
Tras algunas acciones de castigo a cargo de tropas árabes locales, Munuza
solicitó la intervención de refuerzos desde Córdoba.
Aunque se restó importancia a lo que estaba sucediendo en el extremo ibérico,
el valí Ambasa envió al mando de Al
Qama un cuerpo
expedicionario sarraceno que probablemente en ningún caso alcanzaría la cifra
de 187.000 hombres dada por las crónicas cristianas, un número nada casual ya que es un calco de un pasaje del Antiguo Testamento en el que se relata el ataque a Jerusalén por el rey de Asiria Senaquerib con un contingente de 185.000 soldados, que fueron exterminados por el ángel del Señor mientras dormían, como había anunciado el profeta Isaías.
En cuanto
a las fuerzas de Pelayo, la historiografía reciente las cuantifica en poco más
de 300 combatiente, de nuevo nada casual. Con ellas esperó a los musulmanes en un lugar estratégico,
como el angosto valle de Cangas de los Picos de Europa cuyo fondo cierra el monte Auseva, donde un atacante ordenado no
dispone de espacio para maniobrar y pierde la eficacia que el número y la
organización podrían otorgarle. Allí, en 722, se produjo el enfrentamiento,
cuya dimensión se desconoce y que pudo tratarse de una batalla o una simple escaramuza
en la que murió Al Qama y un número importante de sus efectivos, obligando a
Munuza a escapar de Gijón. No logró huir el gobernador musulmán dado que él y sus
tropas encontraron la muerte en su desordenada huida, al caer sobre ellos una
ladera debido a un desprendimiento de tierras, probablemente provocado, cerca
de Cosgaya en Cantabria.
Parece claro que las tropas de Pelayo
emboscaron dos veces a los musulmanes desde las alturas de Covadonga y Cosgaya,
seguramente lanzando piedras y forzando un desprendimiento de rocas que
sorprendería a la caballería árabe en los angostos valles impidiendo su huida.
El duro invierno de esas cotas montañosas
haría desistir a los musulmanes de persistir en sus ataques ya que la ruta
hasta los lagos de Covadonga aún era más arriesgada y se exponían a más bajas.
Esta victoria permitió que la región no
volviese a ser atacada por fuerzas musulmanas. La batalla de Covadonga supuso
la primera victoria de un contingente rebelde contra la dominación musulmana en
la Península
Ibérica. Tuvo una amplia difusión en la historiografía posterior
como detonante del establecimiento de una insurrección organizada que
desembocaría en la fundación, en principio, del reino independiente de Asturias, y de otros reinos cristianos que
culminaría con la formación del Reino de
España.
Visión
musulmana de la batalla
Según las crónicas árabes de la época:
Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi,
se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde
entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los
musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado
lograr. Los islámicos, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar,
se habían apoderado de su país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los
francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la
roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los
soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no
quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que
comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de
la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los
despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». En
el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reino de Belay duró diecinueve
años, y el de su hijo, dos.
Visión cristiana de la batalla
Alqama entró en Asturias con 187.000 hombres.Pelayo estaba con sus compañeros en
el monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él y alzó innumerables
tiendas frente a la entrada de una cueva. El obispo Oppas subió a un montículo
situado frente a la cueva y habló así a Rodrigo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde
estás?». El interpelado se asomó a una ventana y respondió: «Aquí estoy». El
obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace
poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más
que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido
todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas,
¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi
consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la
amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas
Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y
de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó:
«Verdaderamente, así está escrito». [...] Tenemos por abogado cerca del Padre a
Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos [...]. Alqama
mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se
levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se
encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se
mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los
fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de
la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y
como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a
quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga...
Crónica de
Abelda
¿Acaso Pelayo recurre a la
memoria familiar para argumentar que su gesto de defenderse en Covadonga
responde a los ideales de su padre Favila, antiguo duque de Asturias? Esa idea,
envuelta en leyendas de tono heroico, atravesó los años hasta formar parte de
las primeras crónicas que describieron la batalla de Covadonga, la Albeldense y
la Rotense, a finales del siglo IX. Ciertas ideas, al ser repetidas sin parar,
se convierten en verdad histórica. El aguerrido astur se revela entonces como
el heredero de la legitimidad visigoda (Alfonso X incluso le hizo descendiente
del rey Chindasvinto), el custodio del legado cristiano y romano el guía espiritual de un pueblo que se
levanta contra el infiel y el usurpador extranjero. Los meandros de la vida de
Pelayo, que muere en Cangas de Onís en el 737 y de su incipiente círculo de
amigos y conmilitones sirvieron de marco para la elaboración de un mito que la
sociedad astur primero, leonesa después y castellana finalmente se encargaría
de repetir: (Pelayo es el icono de la resistencia ante la invasión árabe, el
padre de la patria; y su gesta el origen de la nación española)
BIBLIOGRAFÍA
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de Asturias. Orígenes de la nación española". Colección: Biblioteca
Histórica Asturiana. Silverio Cañada, Gijón, 1989
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