sábado, 25 de agosto de 2012

COVADONGA, LA CAVERNA PROTECTORA


Si en mi artículo anterior hablaba del reino Visigodo de Toledo como el precursor de lo que hoy conocemos como España, en el presente artículo me gustaría desmitificar el origen del concepto Reconquista analizando su origen, la célebre Batalla de Covadonga. 
Asturias había sido hasta el momento una región periférica del Imperio Romano,"de espesísimas malezas, ásperas y fragosas" como decía Valerio del Bierzo (aún hoy lo es) cuya importancia había crecido notablemente a lo largo del siglo VII bajo una sombra de sospecha, porque le faltaba legitimidad. Para tenerla, tendría que cambiar de política e interesarse por los asuntos hispánicos. Con la campaña del general Al Qama, un noble de la región llamado Pelayo evocó el mito de la caverna protectora refugiándose en la Cova Dominica (Cueva de Santa María), que representaba el indomable espíritu de resistencia ante el islam, lejos de la civilización visigoda y de su morbus del que hablaba Gregorio de Tours.
Ese mismo espíritu ya estaba a punto de manifestarse en el interior de Europa; con un eufemismo diplomático llamado Batalla de Poitiers. Así que había llegado el momento de ceder el poder a la única fuerza que prometía defender al pueblo cristiano, aunque por entonces eran pocos los convencieron de ello: ver el mundo desde la cueva protectora era la forma que tuvo Pelayo de reclamar al legitimidad para su empresa. El tiempo se encargaría de esclarecer los detalles y de inventar los significados
Gobernaba el norte peninsular desde Gijón un bereber llamado Munuza, cuya autoridad fue desafiada por los dirigentes astures que, reunidos en Cangas de Onís en 718 encabezados por Pelayo, decidieron rebelarse negándose a pagar impuestos exigidos para mantener la fe cristiana, el jaray y el yizia. Tras algunas acciones de castigo a cargo de tropas árabes locales, Munuza solicitó la intervención de refuerzos desde Córdoba. Aunque se restó importancia a lo que estaba sucediendo en el extremo ibérico, el valí Ambasa envió al mando de Al Qama un cuerpo expedicionario sarraceno que probablemente en ningún caso alcanzaría la cifra de 187.000 hombres dada por las crónicas cristianas, un número nada casual ya que es un calco de un pasaje del Antiguo Testamento en el que se relata el ataque a Jerusalén por el rey de Asiria Senaquerib con un contingente de 185.000 soldados, que fueron exterminados por el ángel del Señor mientras dormían, como había anunciado el profeta Isaías.

En cuanto a las fuerzas de Pelayo, la historiografía reciente las cuantifica en poco más de 300 combatiente, de nuevo nada casual. Con ellas esperó a los musulmanes en un lugar estratégico, como el angosto valle de Cangas de los Picos de Europa cuyo fondo cierra el monte Auseva, donde un atacante ordenado no dispone de espacio para maniobrar y pierde la eficacia que el número y la organización podrían otorgarle. Allí, en 722, se produjo el enfrentamiento, cuya dimensión se desconoce y que pudo tratarse de una batalla o una simple escaramuza en la que murió Al Qama y un número importante de sus efectivos, obligando a Munuza a escapar de Gijón. No logró huir el gobernador musulmán dado que él y sus tropas encontraron la muerte en su desordenada huida, al caer sobre ellos una ladera debido a un desprendimiento de tierras, probablemente provocado, cerca de Cosgaya en Cantabria.
Parece claro que las tropas de Pelayo emboscaron dos veces a los musulmanes desde las alturas de Covadonga y Cosgaya, seguramente lanzando piedras y forzando un desprendimiento de rocas que sorprendería a la caballería árabe en los angostos valles impidiendo su huida.
El duro invierno de esas cotas montañosas haría desistir a los musulmanes de persistir en sus ataques ya que la ruta hasta los lagos de Covadonga aún era más arriesgada y se exponían a más bajas.
Esta victoria permitió que la región no volviese a ser atacada por fuerzas musulmanas. La batalla de Covadonga supuso la primera victoria de un contingente rebelde contra la dominación musulmana en la Península Ibérica. Tuvo una amplia difusión en la historiografía posterior como detonante del establecimiento de una insurrección organizada que desembocaría en la fundación, en principio, del reino independiente de Asturias, y de otros reinos cristianos que culminaría con la formación del Reino de España.

Visión musulmana de la batalla
Según las crónicas árabes de la época:
Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islámicos, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reino de Belay duró diecinueve años, y el de su hijo, dos.

Visión cristiana de la batalla


Según las crónicas de Alfonso III. Crónica de Albelda datada en el 881:
Alqama entró en Asturias con 187.000 hombres.Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de una cueva. El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló así a Rodrigo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?». El interpelado se asomó a una ventana y respondió: «Aquí estoy». El obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó: «Verdaderamente, así está escrito». [...] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos [...]. Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga...
Crónica de Abelda


¿Acaso Pelayo recurre a la memoria familiar para argumentar que su gesto de defenderse en Covadonga responde a los ideales de su padre Favila, antiguo duque de Asturias? Esa idea, envuelta en leyendas de tono heroico, atravesó los años hasta formar parte de las primeras crónicas que describieron la batalla de Covadonga, la Albeldense y la Rotense, a finales del siglo IX. Ciertas ideas, al ser repetidas sin parar, se convierten en verdad histórica. El aguerrido astur se revela entonces como el heredero de la legitimidad visigoda (Alfonso X incluso le hizo descendiente del rey Chindasvinto), el custodio del legado cristiano y romano  el guía espiritual de un pueblo que se levanta contra el infiel y el usurpador extranjero. Los meandros de la vida de Pelayo, que muere en Cangas de Onís en el 737 y de su incipiente círculo de amigos y conmilitones sirvieron de marco para la elaboración de un mito que la sociedad astur primero, leonesa después y castellana finalmente se encargaría de repetir: (Pelayo es el icono de la resistencia ante la invasión árabe, el padre de la patria; y su gesta el origen de la nación española)

BIBLIOGRAFÍA
Sánchez-Albornoz, Claudio. "El reino de Asturias. Orígenes de la nación española". Colección: Biblioteca Histórica Asturiana. Silverio Cañada, Gijón, 1989
 Ruiz de la Peña, Ignacio. "Batalla de Covadonga", en la Gran Enciclopedia Asturiana, Tomo 5, pp. 167-172. Silverio Cañada, Gijón, 1981
Erice, Francisco y Uría, Jorge. Historia básica de Asturias. Colección: Biblioteca Histórica Asturiana. Silverio Cañada, Gijón, 1990
Julio Valdeón BaruqueLa España medieval. Actas, S.L., 2003. 
 Julio Valdeón Baruque et al. Historia de las Españas medievales. Editorial Crítica, 2002. 

Jose Enrique Ruiz-Domènec. España, una nueva historia. RBA ediciones Barcelona 2009