domingo, 17 de febrero de 2013

EL CID, UN HOMBRE EN LA ENCRUCIJADA DE DOS ÉPOCAS.


Hablar de Rodrigo Díaz de Vivar para un historiador es como subir el Everest, es enfrentarse a sus demonios y los de todos los historiadores que antes se han embarcado en la investigación de este personaje Intempestivo, en palabras de Ruiz Domènec.
¿Qué puedo aportar yo que no se haya dicho ya del Cid? La historiografía hispánica lo ha abordado desde la vertiente mitológica, la poética, la histórica y la escéptica. ¿Qué visión podría buscar que no cayese en los tópicos más repetidos?
El Cid es un personaje marcado por las pocas fuentes que se conocen sobre su existencia. No hay constancia de que naciera en Vivar, ni del año en que lo hizo. Ramón Menéndez Pidal fijó el 1043 como fecha clave, pero Fletcher plantea el 1046 o 1047, dado que en 1063 ya era miembro de una mesnada.
La localización del nacimiento de Rodrigo en Vivar bien podría ser una influencia mesiánica incluida en el Cantar para hacerlo familiar de Laín Calvo, una de las figuras respetables del antiguo condado de Castilla como juez insobornable y justo, que daría empaque a su lado honorable después del episodio del destierro por Alfonso VI.
El momento decisivo en la vida de Rodrigo es en 1067, cuando gana su título de “campeador” en una batalia iurada contra el campeón navarro Jimeno Garcés, si bien tampoco podemos estar seguros ya que los juglares dicen que dicha lid fue contra Martín González en Calahorra. Su fama fue incrementada con numerosas victorias más, creándole un poderoso enemigo en Garcia Ordóñez, otro armiger regis (alférez), de Sancho II que veía como el joven Rodrigo se convertía en el favorito del rey.
Tras el asesinato de Sancho II por Vellido Dolfos, la vida de Rodrigo en la corte del sucesor Alfonso VI  cambia con el matrimonio con la hija del conde de Oviedo, Jimena Díaz, lo que lo catapulta a la nobleza y a tener su propia mesnada.
El recelo de Alfonso VI empezó pronto, ya que el joven alférez mostraba una personalidad excesiva en el cumplimiento de las órdenes reales y las desavenencias llegaron a su clímax con el saqueo de la taifa mora de Toledo, vasalla del rey, que ya empezaba a considerarse Imperator Hispaniae.
El consecuente destierro del verano de 1081 no es más que la consecuencia lógica de un cambio en la forma de hacer política en el último cuarto del siglo XI. ¿cómo es posible vivir del pillaje en la frontera a la órdenes de un rey que afirma ser imperator totius Hispanae, es decir, emperador de todas las tierras de moros por saquear y conquistar? Rodrigo asume que debe cambiar de aires hacia donde su forma de vida aún persista. Su destino será Barcelona.
Rodrigo se ofrece como oficial recaudador de las parias de Valencia, Denia y Murcia de las que Berenguer Ramón II, el hermano pequeño del conde Ramón Berenguer II, estaba encargado apoyado por la nobleza de la frontera.
El conde no ve con buenos ojos esa forma de vida ya que pretende impulsar el modelo de Estado basado en la fiscalidad comercial y las rutas marítimas con el apoyo de Ricard Guillem y la familia de su esposa normanda Mahalda y decide rehusar su ofrecimiento.
Rechazado también por los barceloneses, decide entrar al servicio de la taifa de Zaragoza al mando de los ejércitos de Al-Mutamán, que se encuentra en una disputa con su hermano Al-Mundir de Lérida, quien cuenta con el apoyo de Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón de Barcelona, que había heredado el condado tras el asesinato de su hermano.
Las fuerzas del Cid vencieron en la batalla de Almenara al bando combinado del rey de Aragón y del conde de Barcelona y Rodrigo recibe el perdón de Alfonso VI tras ayudarle en el asedio de Zaragoza pero la ambición de Alfonso VI por hostigar a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla no gusta al caudillo de Vivar y le niega sus tropas por lo que el rey decide volver a desterrarlo y apresa a su esposa Jimena y a sus hijas. Rodrigo decide trasladarse a levante y conquistar la taifa de Denia, que era vasalla de Lérida pero bajo el control militar del condado de Barcelona. Vuelven a enfrentarse en la batalla de Tévar en 1090 en la que El Cid captura a Berenguer Ramón II y a numerosos nobles barceloneses entre los que se encuentra Ricard Guillen.


Rodrigo comenzaba a ser un personaje anacrónico en su momento histórico. Por el bando cristiano las órdenes de caballería estaban a punto de vivir un cambio radical con la aparición de los monjes guerreros que veían en el combate contra los musulmanes una forma de glorificar a Dios.
Por otro lado, la irrupción de los almorávides de Yusuf ibn Tasufin, con su interpretación rigorista del islam, en la arena de frontera ibérica convirtió las cabalgadas primaverales en una guerra santa en la que ambos bandos no podían coexistir en el territorio.

La tumultuosa historia de las cabalgadas del Cid en los siguientes años es una serie de aventuras caballerescas cuyo único fin era la obtención de un buen botín. Participaba jubilosamente en esa manera de entender el oficio de las armas en unos años que los valores de la caballería comenzaron a ser absorbidos por el ideal de cruzada que hizo posible la aparición de los milites Christi, los caballeros de Cristo. Del idilio por la aventura de la primavera se pasa a una teología cuya fuente ya no se consigue descubrir porque estaba asumida por monjes guerreros. Los tiempos del Cid habían acabado.Era tiempo para la leyenda.
Tras la conquista de Valencia en 1094 y el reconocimiento como príncipe, Rodrigo se encuentra en disposición de negociar el futuro de sus hijos para los que tiene preparados grandes planes de boda. Pero la muerte de su único hijo varón, Diego Rodríguez, luchando contra los almorávides en la batalla de Consuegra trunca en gran medida sus planes y decide aceptar la proposición de matrimonio de Ramón Berenguer III para su hija María Rodrigo.
Este es el momento culminante de su vida, el que lo convertirá en una leyenda que pudo leer sus propias aventuras y que perdurará en la literatura universal, porque los dos regalos que le dará el conde de Barcelona son: La espada tisó, símbolo de la casa de Barcelona desde tiempos de Ramón Berenguer I y el Carmen Campidoctoris, un poema latino en estrofas sáficas homeoteléuticas de 129 versos a modo de biografía de su figura creada por Ricard Guillen, quien había sido encargado de la educación del joven conde por Bernat Guillem de Queralt.
Guillen llevó a Valencia el ejemplar del Carmen Campidoctoris en marzo de 1094 para hacer la petición de mano y la boda se debió celebrar tres años después cuando el conde tuvo la edad de casarse.
Tras la muerte de Rodrigo el 10 de julio de 1099 su reino durará apenas 3 años ya que el 5 de mayo de 1102 Jimena rinde la ciudad de Valencia a los almorávides Abandonada a su suerte por su primo Alfonso VI.
El legado del Cid permanecerá en sus hijas. María muere pronto, en 1104 y únicamente puede dar una hija a Ramón Berenguer III que el conde casa el 1 de octubre de 1107 con Ramón de Besalú.
El destino de Cristina, la segunda hija del Cid es diferente. Se casó con el infante Ramiro, señor de Monzón, sobrino de Sancho de Navarra. La historia jugó a su favor. Tras la muerte de Alfonso el Batallador, los navarros se separaron de Aragón y eligieron como rey a García Ramírez, el hijo de Cristina. A medida que García Ramírez, “ el Restaurador”, consolidó su posición en el reino de Navarra, su madre se hizo crucial en sus pactos políticos.
En 1140 Alfonso VII, casado con Berenguela de Barcelona, la hija de Ramón Berenguer III y de su tercera esposa Dolça de Provenza, aceptó la propuesta del navarro de casa a su hija Blanca, nieta por tanto de Cid por vía materna, con su primogénito Sancho. Eso obligó a situar la maternidad de Cristina en el centro del panegírico sobre el Cid que la literatura comenzaba a elaborar. Se adivina que este segundo matrimonio fructificó la memoria de Rodrigo Díaz de Vivar.
A mediados del siglo XII, en el momento de consolidarse una poderosa literatura sobre el Cid se debilita la memoria histórica: es el valor de la leyenda.

BIBLIOGRAFÍA:
Munita Loinaz, José Antonio. Mitificadores del pasado, Falsarios de la historia. Universidad del País Vasco 2009
Ruiz-Domènec, José Enrique. Personajes intempestivos de la historia. Gredos 2012
Menéndez Pidal, Ramón, La España del Cid, Espasa Calpe 1967
Ruiz-Domènec, José Enrique. España, una nueva historia. RBA 2009

sábado, 19 de enero de 2013

CASTILLA: ESTRATEGIA MATRIMONIAL Y ÉPICA


La nobleza de los condes de Castilla en el siglo X no es una nobleza de estirpe goda o atraída por el espíritu de recuperación del reino de Toledo; es una nobleza montaraz, que no acepta dar razones o justificaciones. La leyenda de Fernán González, el emblema de la estirpe, significa que la legitimidad se adquiere en el campo de batalla como en Simancas, donde derrota a las tropas de Abd al Rahmân III, en la concesión de fueros como el de Sepúlveda o en el valor de la costumbre sobre el viejo derecho godo. Por lo demás, ser conde de Castilla es un nombre, no un blasón, por mucho que la épica posterior lo intentase. Es una herencia, de la que un individuo solo es un vehículo de un complejo proyecto nacional al sur del río Ebro. Y, como tal, exige la creación de una red de alianzas matrimoniales, unas acertadas, otras no tanto, que consoliden el poder sobre la tierra y sus castillos. Así se perpetúa la aristocracia del siglo X, que solo puede renunciar al intercambio de esposas renunciando a sí misma. Por ello, Fernán González sufrirá en los primeros años la indiferencia de sus vecinos y la prepotencia de los reyes de León que le inmovilizan en su papel de conde soberano de una Castilla independiente. Por el contrario, en la madurez, cuando el uso de las armas le ha consagrado como campeón de la zona, el fondo de su política es una inclinación al intercambio matrimonial, primero con el condado de Ribagorza, donde buscará una esposa para su primogénito García Fernández: la soberbia Ava, la dama que configura la dinastía al conseguir que sus cinco hijas, Mayor, Urraca, Elvira, Toda y Oneca, apuntalen la política de su hermano Sancho García atrayendo a sus cuñados a la causa castellana.
El futuro de Castilla según Sancho García se vincula a las dos potencias emergentes, el reino de Navarra y el condado de Barcelona, lo que supone el final anunciado de León como referente de la lucha contra el califato. Desde el monasterio de San Salvador de Oña, fundado por él en 1011, el conde Sancho observa el misterio primordial del poder surgido de la revolución feudal: el valor del doble matrimonio de sus hijas, la mayor, Muniadona con Sancho III Garcés y la menor, Sancha, con Berenguer Ramón I. Lo que él no podrá hacer lo harán sus poderosos nietos, García Sánchez de Navarra, Fernando de Castilla y León, Gonzalo de Sobrarbe (de su hija mayor) y Ramón Berenguer I (de su hija menor). Sancho García participó con devoción en la ceremonia que legitima el sistema feudal: la donación de las hijas a poderosos jefes de linaje, el reconocimiento de la herencia como un hecho seminal. Para aquellas ocasiones, las abuelas tenían guardados en arcones vestidos de seda, adornados de encajes y pedrería. En la solemnidad de la boda, el conde Sancho presenta subrepticiamente su concepción política. Y con la entrega de sus hijas a Sancho el Mayor de Navarra y a Berenguer Ramón de Barcelona apuesta por una realidad que sigue inexplicada, pero que servirá de guía tanto a él como a sus hijos la herencia de los sentimientos castellanos se transmite de igual modo por la línea masculina que por la femenina. Los hijos de sus hijas llevarán esa herencia en sus venas, se forjarán en los ideales cuando la dinastía y el nombre de Fernán González sea solo una leyenda. Los nobles que regentaban los castillos de la frontera, cerca del río Ebro, preparaban en silencio la llegada de lo inaudito unos años antes, indicando que Fernando, el hijo de la hija mayor de Sancho, Muniadona, sería el nuevo conde de Castilla; el hecho de que se proclamara rey es el indicio de que él tomaría el papel de azote del las tierras del califato de Córdoba; de ahí a desafiar y derrocar al rey de León, su cuñado, Bermudo III, sólo hay unos meses, los que van del matrimonio de Bermudo con Jimena, hija del difunto conde García, a la Batalla de Tamarón en la que Bermudo muere a manos de los castellanos. Jimena optará por la decisión fácil de una viuda de estirpe castellana, ceder el reino de León a su hermano Fernando culminando el proyecto de su bisabuelo. 


BIBLIOGRAFÍA:
SÁNCHEZ CANDEIRA, Alfonso (1999), Castilla y León en el siglo XI. Estudio del reinado de Fernando I, Madrid, Real Academia de la Historia
Ruiz-Domènec, José Enrique (2009), España, una nueva historia. RBA libros Barcelona