domingo, 7 de agosto de 2011

QUÉ VIENEN LOS BÁRBAROS

Toda la historia del ser humano ha dependido de la migración. Se trata de un impulso de supervivencia que nos ha salvado varias veces de la extinción, desde los primeros sapiens que abandonaron África en busca de posibilidades en la Península Arábiga hasta las migraciones de la actualidad desde los países más pobres, nuevamente de África, al primer mundo para conseguir subsistir. ¿Qué hacer cuando la supervivencia se enfrenta a la xenofobia? Esta misma pregunta se la hicieron los romanos en el siglo V...

Las autoridades imperiales organizaron la vida en beneficio propio, en lugar de dejar libertad a los ciudadanos; cambiaron el debate político por el poder del edicto. Unieron utopía y retórica, que ya no eran una alternativa ética, sino el soporte de un Estado autoritario, rigurosamente burocratizado, corporativo. Así se explica la ceguera política de unos hombres con más de diez siglos de sofisticada civilización a sus espaldas; su ignorancia sobre los pueblos que había más allá de la frontera; su falta de tacto que transformó una sucesión de acontecimientos fortuitos en un suceso crucial de la historia de Roma.
El contraste entre romanos y bárbaros era grande, y aumentó a medida que los nuevos pueblos se acercaban a las fronteras, con sus costumbres apenas reconocibles, con su cuerpo tatuado, propensos al griterío y a la bronca, sin interés por la escritura y las leyes romanas, aunque sí por la práctica romana de la agricultura, única forma de abandonar la vida nómada. El éxito económico de esa agricultura se definía por la capacidad y el volumen de almacenamiento de grano, y cuanto más grano había más se incrementaba la curva demográfica; entonces se necesitaron nuevas tierras para alimentar a las nuevas bocas. Lo mismo que las tribus del Lacio habían hecho al comienzo de su historia. Roma había olvidado sus orígenes y le costó caro.
Ahora tenían una masa de emigrantes ansiosos de parecerse a los romanos, es decir, de tener una agricultura que les permitiera almacenar grano y vivir cómodamente; lo mismo que buscan los inmigrantes del nuevo milenio. El fin de Roma debe situarse, pensó Maquiavelo, en el territorio de las necesidades espirituales, y no materiales.
La miseria no impulsa a un pueblo a emigrar lejos de su hogar, sino el deseo de imitar el  mundo de los ricos. Poder comer cada día sin acudir al monte a cazar, al río a pescar, al huerto a extraer hortalizas; sólo con ir al mercado con unas cuantas monedas, o mejor aún, que lo hagan por él los sirvientes, los esclavos, las mujeres. Había llegado el momento de atravesar la frontera como pueblo. Los carromatos con las mujeres, los niños y los ancianos se acercaron a los puentes y los jefes de familia soñaron con conducir al otro lado del Rin o del Danubio, los dos ríos que separaban el mundo romano del mundo bárbaro, sin embargo las tropas bloqueaban los puentes. Era cuestión de esperar la oportunidad y llegó.

La noche de San Silvestre del año 406 el Rin se heló. Miles de hombre, mujeres y niños se lanzaron al río con sus carromatos y el hielo aguantó. No necesitaron los puentes para cruzar, ni enfrentarse a las tropas romanas que vigilaban las fronteras. Las tropas imperiales quedaron desbordadas por la avalancha, con ese detalle comenzaron las Invasiones Bárbaras, la muralla se agrietó y nunca volvería a restaurarse. Entre esta fecha y la caída del Imperio Romano sólo hay 70 años.

BIBLIOGRAFÍA:
Ernst H, Gombrich, Breve historia del mundo. Península 1999
José Enrique Duiz-Domènec, Europa, las claves de su historia.RBA 2010
K. Modzelewski, L´Europa dei Barbari. Le culture tribali di fronte alla romano-cristiana. Turín 2008

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