sábado, 3 de septiembre de 2011

ÉPOCA DE CATEDRALES ÉPOCA DE CRUZADAS

En una charla sobre historia y cultura europea me preguntaron no hace mucho, sobre la relación entre los templarios y los cátaros y, a la vez, sobre su influencia en la construcción de las catedrales góticas.
Si bien contesté a mi contertulio, tamaña pregunta requería un artículo completo donde poder desgranar todos los matices que una conversación a varias voces imposibilitaba
El imperativo estético que convirtió estos siglos en una época de catedrales, por decirlo como Georges Duby, entró en conflicto con el imperativo ético que, con igual firmeza, permite calificarlos de época de cruzadas. En efecto, el que Europa explore dos formas tan diferentes de ser, ¿no es señal de su incapacidad para desarrollar su lado positivo, y nada más que el positivo?, ¿no es señal de una carencia en sus convicciones que la hacían pasar sin traumas de la belleza de una iglesia románica, cisterciense o gótica al espanto de una guerra religiosa?
Europa reivindicó los conceptos de luz y racionalidad en la construcción de iglesias, monasterios, hospitales, palacios o lonjas, cuando el abad Suger juzgó ese principio, al idear el transepto de Saint-Denis, la necrópolis de los reyes de Francia, no dudó en afirmar que “el espíritu  ciego sale hacia la verdad a través de lo que es material y, al ver la luz, escapa de su confusión”. Y aún más: el interés por los detalles respondió a la búsqueda de un equilibrio entre el centro y los márgenes, entre el espacio sagrado y los elementos constructivos, vidrieras, rosetones, arbotantes o gárgolas. El arte de las catedrales buscaba un orden perfecto (Fulcanelli lo creyó un misterio) para difundir el mensaje divino a una sociedad rural cuyas élites eran sin embargo urbanas, nobles o burguesas. La creación artística se encuentra por ello encerrada en el juego de una dialéctica compleja, entre la escolástica y el Estado Dinástico, entre la pasión por la riqueza mundana y la aspiración a la pobreza como principal camino a la salvación, entre la serenidad litúrgica y la efervescencia mística, entre la tolerancia y la persecución a los disidentes tildados de herejes.

Las cruzadas son una incomparable enciclopedia existencial de los siglos XII y XIII; cuando se abordan en su conjunto, el relato de los hechos avanza con lentitud, discretamente, sin querer llamar la atención sobre los verdaderos motivos; cada cruzada (de las ocho que el canon ha fijado) es de por sí un hallazgo, una sorpresa. La presencia de la Iglesia de Roma no les quita su carácter político; más bien sirve para ampliar el territorio de lo que sólo la doctrina puede descubrir.
La Primera Cruzada garantizó esos principios. Inicialmente fue una respuesta militar a la petición de ayuda del emperador Bizantino tras la derrota en Manzikert ante los turcos; pero de inmediato, y gracias a la predicación del Papa Urbano II, se convirtió en una guerra que buscó derrotar al islam no sólo en el campo de batalla sino también en el mundo de la ideas estéticas y de los principios morales.
Propaganda, guerra de símbolos, choque de civilizaciones, es difícil elegir una expresión para este tipo de expediciones militares. La nobleza feudal acudió a los cantares de gesta para encontrar respuestas a sus muchos interrogantes sobre la guerra santa. Y se encontraron entre los versos octosílabos pareados una descripción pormenorizada de cómo debían actuar ante el enemigo, el mundo musulmán. Una absoluta trivialidad como la imprudente inventiva de los poetas y su obstinada palabrería a favor de los monasterios de Camino de Santiago dio lugar a una de las más persistentes creencias culturales de Europa. Sólo los cantares de gesta supieron mostrar el inmenso y misterioso poder de un mundo dividido entre nosotros, los buenos, y los otros, los malos.
Es evidente que esos anónimos escritores nunca hubieran podido influir en la sociedad si su línea de pensamiento no sintonizara con las creencias de la gente: miles de individuos, sumidos en la frustración por no haber alcanzado las expectativas de bienestar material que la época prometía; y otros que, aun habiendo adquirido cierto nivel de vida, no se sentían ciudadanos de ese mundo.
El sentimiento contra el otro tuvo un efecto demoledor. Se pudo comprobar en el ataque a Constantinopla de la primavera de 1204, con el pretexto del conflicto entre Venecia y Hungría por Dalmacia. Ese ataque es conocido como la Cuarta Cruzada.
El tiempo y el lugar de la Cuarta Cruzada son la historia de un litigio religioso y la Europa mediterránea. Entre lo que se llamó el Cisma de Oriente y las ambiciones comerciales venecianas, entre el resquemor al Imperio Bizantino y los pactos con los turcos, la diplomacia de los Papas adoptó posturas que consiguieron corroer los modelos de unidad del cristianismo. Esta cruzada revela con claridad meridiana las verdaderas intenciones de las potencias mercantiles europeas. Los sofismas de las Realpolitik convirtieron el ataque a Constantinopla en un síntoma de que Europa viraba hacia Occidente, recelando de Oriente. Una decisión crucial para el futuro del Mediterráneo. Aún hoy sentimos sus efectos.
La cruzada contra los cátaros del sur de Francia empezó con el mismo motivo de recelar de Oriente, a cuyo mundo se vinculaba la religión de los puros: una actualización del viejo maniqueísmo que llegó a través de los bogomilitas de Bulgaria y Bosnia-Herzegovina. Simón de Montfort, al frente de un copioso ejército de caballeros franceses, llegó hasta las llanuras de Muret. De nada sirvió que enfrente estuviera Pedro II de Aragón, un ferviente rey católico. Las palabras habían envenenado la situación y ya nadie era capaz de impedir que el conflicto entre Roma y la iglesia Cátara se resolviera en el campo de batalla; finalmente, entre los muertos figuró el propio rey, que dejaba a su hijo en manos del enemigo. La verdad de todo ello es el interés de la dinastía de los Capetos en poner el pie en el Mediterráneo; como la guerra se prolongó cierto tiempo, los papas y los reyes de Francia invitaron a los inquisidores dominicos a tomar cartas en el asunto y de ese modo el futuro de los cátaros se decidió en los tribunales.

La imposibilidad psicológica de semejante situación clama al cielo. En efecto, lo que ocurrirá a partir de entonces no es un acto de justicia sino un demoledor registro inquisitorial. ¡Es el uso de la tortura para llegar al fondo del alma de unos pobres campesinos por el que, por supuesto, Europa se quedará al final sin dignidad! Sólo que los inquisidores no lo cuentan como un conflicto de creencia; lo exponen extensamente, con todo detalle, explicando cada gesto, cada confesión, para que parezca psicológicamente creíble. Esos registros le ponen a la infamia la máscara de la ley, lo cual le otorga a sus testimonios (y a los centenares que luego les copiarían en la caza de brujas) un inimitable dejo perverso.
El orgullo fanático alcanzó niveles inquietantes, como un constreñimiento deliberado de la vida que significativamente no quedó limitada a este rincón del mundo. Los hombres de acción (mercaderes, escritores o caballeros) prestaron poca atención a esos lamentables acontecimientos: los horizontes abiertos exigían una cultura cosmopolita, integradora, contraria al fundamentalismo, que armonizara el lujo y la libertad, evocando las maravillas de un bazar mundial en el que se pudiese saborear cocinas exóticas, vestir ropas caras, aprender ideas nuevas, sin compromiso, los cátaros eran lo opuesto a todo eso y, como las alternativas al capitalismo hoy en día fueron arrasados en pos del progreso.

BIBLIOGRAFÍA:

Ernst H, Gombrich, Breve historia del mundo. Península 1999
José Enrique Duiz-Domènec, Europa, las claves de su historia.RBA 2010
K. Modzelewski, L´Europa dei Barbari. Le culture tribali di fronte alla romano-cristiana. Turín 2008
Martín Alvira Cabrer y Jorge Díaz Ibáñez (coords.) Medievo Utópico. Sueños, ideales y utopías en el imaginario medieval
Lauro Martines, Power and Imagination. City-States in Renassaince Italy
Colin Platt, King Death: The Black Death and Its Aftermath
Brian Fagan, La pequeña edad de hielo

1 comentario:

  1. Entonces, lo del camino de Santiago es romanticismo y poesía con la que tanta gente desde entonces y aún hoy alimentan su crecimiento personal y espiritual. Tema apasionante por un lado y por otro inquietante, aunque las alternativas al capitalismo ahora no son para nada fundamentalistas sí cuestionan y desafían un progreso muy poco sostenible. Algo tiene que cambiar, esperemos que la inquisición no meta mano esta vez.

    Gran artículo!

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