jueves, 16 de junio de 2011

LA PEREGRINATIO DE LA MONJA EGERIA




El concepto de homo viator  se popularizó en la edad media para hablar del fenomeno de la peregriación que se origina en el siglo X con la ruta Jacobea pero  tiene su verdadera mátriz en el viaje de una mujer de la alta nobleza romana  Egerea, que  narró sus impresiones en su libro Itinerarium ad Loca Sancta, libro que tuvo cierta difusión por narrar de forma minuciosa y, sobre todo, animada el viaje.
 La monja Egeria (quizás Etheria) nunca temió la palabra continencia. En el elogio que el abad Valerio realizó de ella hacia el año 680 escribe su viaje a Palestina. Estaba completamente fascinado por la firmeza de esa mujer continente, de esa virgen, que se marchó del Bierzo, su país natal, en dirección a las actuales Zaragoza, Lérida, Tarragona, Narbona, Marsella , Rávena, Roma, Siracusa, Constantinopla, Nicomedia, Tarso y Antioquía, con lo que (cito al abad) “demostró ser más valiente que ningún hombre en el mundo”. El día de Pascua del año 381 llegó a Jerusalén, cosa que notificó a sus hermanas del monasterio berciano. Más tarde, el abad utilizó esas cartas para construir el modelo de mujer cristiana, de una peregrina del mundo.
La continencia de la que habla la monja Egeria no tiene, por supuesto, nada que ver con el celibato monástico del abad Valerio. Se trata de un rifiuto de la carne distinto, terrenal,  de una mujer que busca dar testimonio de su fe religiosa en medio de la convulsión en la que vivía. Cualquiera puede permanecer célibe, basta con mantenerse alejado de los placeres.
De los anacoretas del desierto contaban que se mantenían alejados de la carne para así estar preparados para el tránsito hacia la otra vida, la verdadera. No conocían nada más hermoso que esos momentos de prueba, cuando el diablo les tentaba en forma de mujeres libidinosas o de manjares exquisitos: sin verse afectados por la tentación, permanecían célibes, ajenos a la apetecible carne.
Egeria viajó en medio de un mundo que necesitaba de gestos como el suyo. Así se lo hizo ver a su distinguido pariente el emperador Teodosio el Grande. Ella, al igual qye Valeria Mesalina, pertenecía a la família imperial; era mujer privilegiada y se movía por el mundo con un salvoconducto del propio emperador, con el declarado fin de diferenciar su concepción de la continencia de la de los anacoretas del desierto. Hay trayectorias vitales que sitúan a las mujeres (y a los hombres) del cristianismo primitivo ante el reto de la continencia, sin necesidad de apartarse del mundo, sólo peregrinando por los lugares que Cristo pisó: son las trayectorias vitales de mujeres como Egeria, de hombres como el obispo Arculfo.
La monja Egeria fue, entre todos los viajeros de aquel lejano tiempo, la que dejó una huella más profunda, quizás por sus interesantes cartas a sus hermanas, o quizás sencillamente por su decidido apoyo a mantener la pureza del cuerpo ligada a la pureza del corazón. La peregrinatio se convirtió así en una metáfora de la vida espiritual, sin que eso anulara la realidad física de su viaje a Tierra Santa; al contrario, lo reafirmó si eso era posible. El viaje se transformó en un rito de iniciación a la vida religiosa, a la renuncia del cuerpo, al fervor por el celibato. La subida al Sinaí está repleta de indicaciones en este sentido, al hablar una vez más de la ascensión como el punto álgido del comportamiento humano, un gesto que incluso se repetirá con Pedro III de Aragón y con Petrarca.
Las figuras retóricas y los episodios puntuales ofrecen una descripción del viaje como un rito de paso, una lucha contra el tabú del mundo exterior. El relato transmite un poderoso sentimiento de santidad y pureza del alma, en una época de cambios profundos. El contiente afronta la geografía sagrada de Palestina con una mezcla de fascinación y de miedo.
La ponderada economía descriptiva responde a una intención clara. Lo importante está dentro del alma de viajero, no en las cosas que ve. Como todos los peregrinos de esos años, Egeria no atiende a las obras de arte que le salen al paso, ni se interesa por la ruinas arqueológicas: sólo por el efecto de su viaje para su vida religiosa. Con la torpe sencillez de una peregrina (he aquí la retórica, pues ella es todo lo contrario de esa imagen de sí misma), ella escenifica un tránsito espiritual mientras recorre los campos que una vez pisara Jesucristo. Ningún otro testimonio de aquellos años muestra mayor viveza a la hora de reconstruir un muro ajeno al momento en el que vive.
El efecto tabú que crea el ideal de la continencia contribuye a explicar el recelo étnico de la buena sociedad romana ante los bárbaros recién llegados al Imperio. ¿Acaso nos puede sorprender que, en la octava década del siglo VII, un monje del Bierzo recuperase ese ideal en un momento de peligro para la integridad racial de su pueblo, cuando por todos lados llegaban noticias de una próxima invasión de los árabes y bereberes? Una vez más el gran conflicto: ¿qué hacer con el extranjero que llega a nuestras tierras? El abad Valerio tiene un conocimiento bastante ajustado de lo que ocurrió entre el viaje de Egeria y su tiempo. Nosotros no tanto. Quizás sería interesante detenernos por un momento en ello ya que de nuevo nos encontramos ante un choque cultural que amenaza con provocar una ruptura social.

Bibliografía
López Pereira, X.E.:Exeria. Viaxe a Terra Santa.
Torres Rodríguez, C.: Egeria, monja gallega del siglo IV. Colección personajes gallegos. Ediciones Galicia (1976)
Arce, A.: Itinerario de la Virgen Egeria (381-384). Editorial Biblioteca Autores Cristianos.
Díez Fernández, F.: "Presentación" en Egeria: Itinerario; 2007.
Eteria:Itinerario; Prólogo, traducción y notas de Juan Monteverde. Valladolid: Editorial Maxtor, 2010
La ambición del amor, Historia del matrimonio en Europa. José Enrique Ruiz-Domènec Aguilar 2003

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